La relación entre Venezuela y
Colombia históricamente ha oscilado entre el esplendor y la crisis; la
hermandad y la desavenencia, el amor fraterno y la confrontación. Sin embargo,
este nuevo incidente tiene características y consecuencias diferentes, tanto en
la forma en que se ha conducido como en el trasfondo que la ha desatado.
En los eventos de los últimos 15
años, ninguno, a pesar de su gravedad fue objeto de tratamiento extraordinario,
vale decir, de la declaratoria de un estado de excepción para atender el
problema y encontrar una solución. Esto era posible, ya que los mecanismos de
negociación y consulta: la Comisión Negociadora (CONEG), la Comisión
Presidencial de Integración y Asuntos Fronterizos (COPIAF) y la Comisión
Militar Binacional Fronteriza (COMBIFRON) sesionaban de manera permanente. Recordemos, algunos de esos casos para ilustrar la
especificidad de esta crisis.
En el año 2000 Hugo Chávez en la
Asamblea Nacional declaró la neutralidad de Venezuela frente al conflicto
colombiano. Esto se tradujo en tensiones con el ejecutivo de neogranadino y dio
cuenta de la cercanía ideológica con la guerrilla de las FARC-EP y el ELN. En 2002, luego de los eventos de abril y el
asilo político concedido por Colombia a Pedro Carmona, comenzó el
distanciamiento y el aumento de las agresiones verbales en ambos lados del
límite, pero la frontera no se cerró, la pelea, se entendía estaba delimitada,
entre Nariño y Miraflores.
En 2007, se produjo una
distensión cuando Álvaro Uribe aceptó la mediación de Hugo Chávez para iniciar
el proceso de liberación de los secuestrados por la FARC-EP, entre otros,
Ingrid Betancourt, Clara Rojas, Consuelo Fernández, Luis Eladio Pérez y además
los Presidentes de la CONEG en Hato Grande pactaron, con la anuencia de ambos
mandatarios un pre-acuerdo de delimitación de las áreas marinas y submarinas,
conocido como la hipótesis Gómez-Rondón. Esta iniciativa duro muy poco, se
liberó a algunos de ellos, pero el gobierno de Colombia hubo de poner freno a
la actuación del gobierno venezolano quien se atribuyó competencias excesivas
sobre los mandos militares de esa nación. La frontera seguía abierta, se
aumentaron los controles, pero al igual que en 2002, la discusión no trascendía
a las poblaciones fronterizas. En tanto el intercambio comercial, de bienes y servicios lejos de disminuir
aumentaba consistentemente.
La neutralización de Raúl Reyes
en territorio ecuatoriano y la orden de Venezuela de movilizar 10 batallones a
la frontera, la aparición de los AT-4 en manos de la FARC-EP, armamento
adquirido por y para la fuerza armada venezolana y la firma del Acuerdo de
Cooperación Militar entre Colombia y EE.UU encendieron el tono. Esos años 2008
y 2009 estuvieron marcados por la discordia, el insulto, la descalificación, la
denuncia y la amenaza Sin embargo, la confrontación política se quedaba en los Presidentes.
La frontera no se cerraba.
En 2010, Colombia denunció en la
OEA la existencia de campamentos de la guerrilla en Venezuela, finalmente se
produjo la ruptura de las relaciones diplomáticas. Chávez peleó con Uribe, para volver con el
recientemente elegido Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa, enemigo
jurado del gobierno venezolano tanto por lo que sabía como por lo que había dicho.
La frontera no se cerró. No se decretó estado de excepción. Solo se cerraron
las embajadas.
Nicolás Maduro, Canciller de
entonces fue enviado a la toma de posesión. Poco tiempo después en Santa Marta,
los mandatarios estrecharon sus manos y quedó para la historia la frase del
neogranadino “somos los nuevos mejores amigos”. Se sellaba así un pacto. Por
una parte, Santos capitalizaba la influencia y amistad de Chávez con la
guerrilla y los Castro para iniciar “oficialmente” las negociaciones de paz y
por el otro, Chávez engavetaba en
expediente de los campamentos, las armas y el pre-acuerdo de delimitación. Una
relación ganar-ganar.
Ese acuerdo de Santa Marta, sigue vigente. Ha tenido momentos de tensión:
la captura de Walid Makled y su deportación; el recibimiento del candidato
presidencial Henrique Capriles; la obligada y forzada respuesta de la
Cancillería colombiana a los insultos proferidos a sus ex mandatarios; en
esencia el pacto de no agresión ha funcionado. Este orden convenido, se rompe el 19 de agosto
de 2015, cuando se decreta el estado de excepción y se ordena el cierre de la
frontera. Se desata entonces la primera gran crisis que afecta directamente a los colombo-venezolanos,
a los habitantes de la frontera. Las cifras de la ONU revelan la magnitud de lo
ocurrido, más de 1.800 deportados y más de 20.000 desplazados.
Las denuncias de violación de los
derechos humanos y del derecho internacional humanitario han sido documentadas
y seguirán el curso que ordenan los tratados y convenios ante las instancias
judiciales. Mandatorio es recordar que no prescriben. La frontera tiene a la
fecha 42 días cerrada.
De nada le sirve a los habitantes
de la frontera que regresen los embajadores a Caracas y Bogotá, si ellos, no
pueden llevar a sus hijos al colegio sin tener que tomar 2 transportes o
montarlos en una lancha que cruce el Arauca sin ser objeto de revisión por las
fuerzas militares, o asistir a citas médicas para tratamientos de diálisis y
quimioterapia. Los comerciantes cerrados por falta de insumos y de mano de obra
en la zona industrial o en los sembradíos no recuperarán sus inversiones
mientras la burocracia conviene la fecha de la próxima reunión. El modus
vivendi se ha roto, los ciudadanos están llenos de miedo, frustración, rabia e
incertidumbre mientras Nariño y Miraflores acordaron pasar la página.
Por último, y empleando palabras
de Juan Manuel Santos luego de la
reunión de Quito, el gobierno de Venezuela “rompió las reglas del juego”. La
interrogante que surge de tal afirmación es ¿Cuáles son las reglas? ¿Cuál es el
juego? ¿Dejar que la frontera muera de
mengua? ¿O es que acaso la paz de Colombia es más importante que la defensa de
los derechos de nuestros ciudadanos y de los propios colombianos?
Sabiamente advertía Leandro Area,
que no puede entenderse la crisis con
Colombia, solo y únicamente en la frontera. La relación es binacional. A ello le agrego, que esa relación es
multidimensional, cooperativa, interdependiente, compleja y complicada, tanto
como un divorcio con hijos. Ni podemos pelearnos infinitamente, ni arreglarnos
definitivamente. Por el bien de los hijos de ambos lados del límite pedimos:
Que se abra la frontera ya.
María Teresa Belandria
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